La Obsesión por las Obras Públicas: ¿A Qué Costo para la Salud Mental de los Chilenos?

En Chile, el debate sobre las grandes obras de infraestructura ha eclipsado una preocupación crucial: el impacto en la salud mental de la población. Recuerdo la conversación con un colega que me comentó, con cierta frustración, que los gobiernos chilenos parecen priorizar proyectos visibles y llamativos sobre la inversión en el bienestar emocional de sus ciudadanos. Esta observación, aunque contundente, refleja una realidad que merece una profunda reflexión.
La constante exposición a noticias sobre retrasos, sobrecostos y controversias en torno a proyectos como el Metro de Santiago, la Ruta del Quinto Centenario o las autopistas, genera estrés y ansiedad en la ciudadanía. La incertidumbre económica, la sensación de que los recursos públicos se están utilizando de manera ineficiente y la pérdida de confianza en las instituciones, son factores que contribuyen a un deterioro en la salud mental.
Pero el problema va más allá de la simple frustración ante la mala gestión de los proyectos. La priorización de las obras públicas sobre la salud mental refleja una visión del progreso que es, en última instancia, incompleta. Un país próspero no solo se mide por la cantidad de kilómetros de autopistas que tiene o por la modernidad de su transporte público, sino también por el bienestar emocional de su gente. La salud mental es un componente esencial del desarrollo humano y social, y su descuido tiene consecuencias devastadoras.
Las estadísticas son alarmantes. La depresión y la ansiedad son cada vez más comunes en Chile, especialmente entre los jóvenes. El suicidio es una tragedia que se repite con demasiada frecuencia. Y aunque existen programas de apoyo y atención en salud mental, estos son insuficientes para cubrir las necesidades de la población.
¿Qué podemos hacer para revertir esta situación? En primer lugar, es necesario un cambio de paradigma en la forma en que concebimos el progreso. Debemos dejar de lado la obsesión por las obras públicas visibles y empezar a invertir en el bienestar emocional de la población. Esto implica fortalecer los servicios de salud mental, promover la prevención de enfermedades mentales y crear entornos sociales que fomenten el bienestar y la resiliencia.
En segundo lugar, es fundamental mejorar la gestión de los proyectos de infraestructura. La transparencia, la eficiencia y la rendición de cuentas son pilares fundamentales para generar confianza en las instituciones y reducir el estrés y la ansiedad en la ciudadanía. Se deben implementar mecanismos de control y evaluación rigurosos para evitar la corrupción y el despilfarro de los recursos públicos.
Por último, es necesario fomentar un debate público informado y constructivo sobre la importancia de la salud mental. Debemos romper el tabú que rodea a las enfermedades mentales y crear una cultura de apoyo y comprensión. Solo así podremos construir una sociedad más justa, equitativa y saludable para todos los chilenos.
La salud mental no es un lujo, es una necesidad. Y es hora de que los gobiernos chilenos lo reconozcan y actúen en consecuencia.